Aprendiste a ser muy complaciente para sobrevivir

Aprendemos a complacer porque así también nos quiere la sociedad: complacientes y prudentes. Nos quieren más cuando sonreímos, cuando estamos calladitas sin decir una palabra más alta que otra o cuando decimos a todo que sí.  Porque seamos honestas, a las mujeres se nos quiere más cuando estamos contentas y no hacemos ruido… ¿verdad? por eso aprendemos a ser complacientes, porque así esperamos recibir más amor y aprobación.

Hago referencia a las mujeres, pero soy consciente que hay hombres muy complacientes también, pero sin duda, complacer es una respuesta muy de nuestro género, ya que tiene mucho que ver con la forma en la que aprendemos a socializar y a relacionarnos, y es evidente, que mujeres y hombres, aprendemos de formas muy diferentes, porque así lo hace el sistema.

¿Pero en qué momento aprendemos a complacer? Para entenderlo, tenemos que ir a nuestra más tierna infancia.

Basándome en mi experiencia clínica, he observado que aprendemos a ser complacientes por dos factores principalmente:

  1. Aprendiste que era importante agradar a los demás. Posiblemente, elogiaban de ti lo buena que eras, lo responsable y adulta que eras para tu edad, las buenas notas que sacabas en el colegio, lo generosa que eras con tus hermanos, lo bien que recogías la casa cuando no estaba mamá… Si entendemos desde muy temprano que cuando «nos portamos bien» y agradamos a otros entonces, somos reconocidas, más visibles y más queridas, nuestro instinto de supervivencia nos hará repetir más a menudo estas conductas, ya que mi cerebro interpreta que: cuanto más buena soy, más me van a querer. Y no olvidemos que lo que necesitamos para sentirnos seguras y a salvo, es amor, por lo tanto, si mis padres me quieren más siendo buenecita, lo seré tomaré como norma.
  2. Aprendiste que era importante no enfadar a los demás. Quizá te resulte familiar eso de que se enfadaran cuando dabas tu opinión, por ser contraria o diferente, o cuando ponías un límite por ejemplo, a papá porque a veces te gritaba, o le reclamabas algo a mamá que no te gustaba,  y su reacción en vez de ser comprensiva, era más bien distante o agresiva, incluso te castigaban por «no hacer lo correcto», o por hacer un chiste en la mesa, o por suspender alguna asignatura… Cuando estamos expuestas a este tipo de situaciones donde nuestras emociones y necesidades no pueden ser expresadas porque hay represalias, captamos el mensaje muy rápidamente: cállate la boca, haz lo que te pidan, di sí a todo y no rechistes, porque si se enfadan, es peor.

Aprendemos a ser complacientes porque así nos van a querer más y nos aseguramos no tener problemas 

Si hay un área con diferencia, donde las mujeres muy especialmente, somos excesivamente complacientes, es la sexualidad.

¿Cuántas veces nos hemos preocupado porque nuestro amante se quede satisfecho, y en cambio, nos ha dado igual cómo estamos nosotras? ¿Cuántas veces él «ha terminado» y yo me he quedado «a medias»?, supongo que esto os suena a más de una… (a algunos hombres sé que también).

Y es que cuando somos tan complacientes, nos hacemos invisibles a los demás. Lo peor de todo, que si no me doy cuenta de ello, me hago invisible a mí misma.

  • ¿Cómo sé si soy una persona muy complaciente?

– Tengo dificultad para poner límites

– Necesito la aprobación de los demás para sentirme segura

– Me preocupo excesivamente por lo que los demás piensan de mí

– No se me da bien expresar mis necesidades, ni hablar de mis emociones

  • Algunas consecuencias de ser muy complacientes

– Sentimos que los demás no nos valoran como nos merecemos

– Desconfiamos de nuestras propias habilidades/conocimientos

– Sentimos que nunca somos suficientes, nos exigimos en exceso

– Estamos tan desconectadas de nuestras necesidades, que nos cuesta saber qué es lo que queremos o deseamos

– Al no poner límites, sentimos con frecuencia que los demás se aprovechan de nosotras

– Mantenemos relaciones poco recíprocas y por lo tanto, nada satisfactorias


¿Sabéis lo bueno de todo esto? Que en psicoterapia lo podemos trabajar. 

Te das cuenta que complacer, ya no nos vale para nada. Ya somos adultas y no necesitamos complacer a otros para sobrevivir.

Y es que cómo cambian las cosas cuando dejas de complacer a los demás y pones el foco en ti, en tus necesidades y en tu placer…
Porque cuando dejas de complacer es cuando reconoces qué tipo de relaciones de tu entorno son reales, auténticas y recíprocas. Y es ahí cuando empiezas a gozar y a conectar con lo más profundo de ti.

Os abrazo fuerte,

Laura 

 

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