Estamos acostumbrados a enfadarnos y a ver a gente enfadada. Forma parte de nuestra cotidianidad. Ya sea por motivos internos o externos, solemos reaccionar con enfado cuando algo no nos gusta, es injusto o no sale como esperábamos, entre otras cosas.
La ira forma parte de ese grupo llamada “emociones básicas”, junto a la alegría, la tristeza, el asco, el miedo y la sorpresa. Este grupo de emociones se caracterizan por un factor común: la expresión facial que las acompaña es universal. Al igual que entendemos que alguien cuando sonríe está feliz, también entendemos que alguien que frunce el ceño o aprieta los dientes, está rabioso.
Socialmente la ira estaría considera como una emoción negativa. Es importante entender que las emociones no tienen una valencia (ni negativa ni positiva), todo dependerá de la interpretación que hagamos de esa emoción y del aprendizaje que saquemos de ella.
La ira puede parecer molesta, a nadie le gusta estar enfadado, pero ¿Qué hay detrás del enfado? ¿Cómo podemos expresar esa ira para que no nos haga tanto daño?
Lo primero, entender que la ira no es un emoción dañina nos hará relacionarnos con esta emoción de una manera más cordial. Tenemos que hacernos la pregunta adecuada: no se trata de ¿por qué estoy enfadada?, sino ¿para qué estoy enfadada?
Cambiando esa perspectiva y haciéndonos responsable de la ira que sentimos, nos ayudará a resolver mejor los conflictos.
Segundo: la ira es el inicio del cambio. Podemos distinguir las emociones que van “hacia dentro”, como por ejemplo la tristeza. Cuando estamos tristes sentimos la necesidad de estar solos, conectar con nosotros mismos, a veces sentimos apatía, nostalgia…es una emoción que invita a la introspección. En cambio, cuando sentimos ira nuestro cuerpo se prepara para la acción. Aumenta nuestro ritmo cardiaco, nuestros músculos se tensan y sentimos cierta necesidad de movimiento.
La ira es una buena compañera si sabemos entenderla. Cuando algo nos enfada mucho es el momento de cambiarlo, actuar y transformar esa rabia en algo nuevo.
¿Qué puedo hacer para canalizar y expresar la ira?
- Relajarme: las técnicas de relajación siempre son buenas aliadas, y cuando estamos bajo los efectos de la ira se vuelven en herramientas imprescindibles.
- Identificar qué provocó realmente ese enfado y expresar ese sentimiento de una forma honesta y respetuosa.
- Moverme: si me siento muy enfadado o casi a punto de “explota”, lo que mejor me va a venir es mover mi cuerpo, ya sea dando un paseo, estirándome, haciendo ejercicio si puedo… el movimiento nos va a ayudar a reducir la tensión y aliviar el malestar.
- Empatía: ponerme en el lugar del otro (si es que me he enfadado con alguien en concreto) y así observar para entender la situación de una forma más objetiva.
- Evitar pensamientos negativos de venganza, amenaza o resentimiento.
- Descansar: el agotamiento físico y mental favorecen la irascibilidad. Tomarnos un tiempo adecuado para el descanso nos va a ayudar a gestionar mejor las emociones.
- La ayuda del psicólogo: si notamos que la ira es una emoción constante en nuestro día a día, y que a pesar de intentar relajarnos no lo conseguimos, es aconsejable que pidamos ayuda. La terapia nos va a ayudar a entender por qué sentimos tanta ira y aprender a gestionarla adecuadamente.
Es importante entender qué la ira no es mala, como ninguna emoción lo es. Todas las emociones tienen una función adaptativo, por eso, escucharlas y atenderlas, es el primer paso para saber gestionarlas.