Nos pasamos la vida imaginando y pensando en cosas que queremos obtener y conseguir: una casa mejor, un puesto de trabajo mejor pagado, un coche más potente, que nos toque la lotería…etc. El ser humano está educado para crecer y mejorar, la evolución así lo demuestra. Hace muchos millones de años necesitábamos cazar para comer, ahora nos traen la comida a casa. Hace años (no tantos) necesitábamos ver a nuestros amigos para saber cómo estaban, ahora les preguntamos a través de un Smartphone. Todo cambia, y se supone que siempre hacia adelante y para mejorar la supervivencia de la especie.
Lo que el ser humano jamás se pregunta es: ¿Y si esta casa que ahora tengo, mañana me la quitan?, ¿Y si este trabajo que ahora realizo, mañana lo ocupa otra persona?
Estas preguntas nunca nos las realizamos, ya sea por miedo, por falta de conciencia o puede ser por la razón de que vivimos tan pendientes del futuro que no somos capaces de valorar el presente que pisamos cada día.
En estos momentos en España hay muchas personas que están luchando contra esas situaciones, personas que nunca imaginaron que el futuro que tanto ansiaban se convertiría en un presente más bien parecido al infierno: perder el puesto de trabajo, perder sus ahorros y hasta perder su hogar. Voy a llamar a estas personas afectadas de lleno por la crisis: Población Diana. En este grupo podríamos incluir a los parados de larga duración, pensionistas, dependientes, desahuciados, personas sin recursos (“sin techo”). Son personas que viven en un continuo estado de desesperanza, caracterizado por un pensamiento de “no hay salida”. La desesperanza prolongada en el tiempo puede llevar a la desesperación, sentimiento íntimamente relacionado con el suicidio.
Posiblemente muchos de nosotros conozcamos a alguna persona que haya vivido o viva alguna situación parecida, o incluso nosotros mismos hemos estado en esta situación. Pero personalmente, lo que yo me encuentro día a día en mi barrio, en el trabajo, en el médico, en el supermercado, en el gimnasio…etc. es una sensación de inseguridad y miedo. A este grupo de personas, voy a calificarlas como Población de Riesgo. Son personas que llevan un tiempo en paro, o que tienen un trabajo a tiempo parcial o de pocas horas, no reciben muchos ingresos y se encuentran limitados. Tienen problemas para llegar a final de mes o hacerse cargo de sus gastos y para hacer muchas de las cosas que antes hacían sin problemas, como puede ser irse de vacaciones o salir a cenar fuera cada sábado. Ya no son las mismas personas que eran hace un tiempo, la crisis está acechándoles y lo comprueban en su día a día. Existen sensaciones de bloqueo y miedo por perder lo que han conseguido construir durante muchos años. Son personas y familias que viven en estado de ansiedad y depresión, fundamentalmente.
El último grupo de población y quizá también el más amplio, es al que voy a llamar Población Expectante. Este grupo es el que está formado por personas trabajadoras que conservan su puesto de trabajo anterior a la crisis, o que han conseguido un puesto de trabajo comenzada ésta, y viven en un continuo estrés laboral y un miedo atroz a perder el trabajo. El trabajo ha pasado de ser un derecho a ser un artículo de lujo, lo que ocasiona en los trabajadores una sensación de miedo continuo. Situaciones de acoso laboral o moving por parte de jefes o compañeros, horas extras no retribuidas y pérdida de derechos laborales, son solo algunos ejemplos del presente que viven muchos empleados. El trabajo debe formar parte de la vida, no ser el centro de ésta. Como consecuencia, esto ocasiona disfunciones en la vida personal del trabajador (con la familia/pareja), ya sea por el poco tiempo que pasa en casa, dificultades económicas o por el estrés al que está sometido del cual es difícil escapar.
Los medios de comunicación nos informan a menudo del número de parados que hay, el número de personas que no cobran ninguna ayuda, el número de desahucios…etc. En definitiva, conocemos muchos “números” pero no a las personas. Al fin y al cabo, para el Estado no somos más que eso, un número, pero cada número tiene nombre y apellidos, tiene familia, tiene sentimientos y tiene una vida por la que luchar y que vivir.
Pero a pesar de todas estas dificultades, muchas veces pienso que hay civilizaciones que viven y disfrutan de la vida con mucho menos de lo que tenemos nosotros. ¿Cómo es posible que personas que no tienen ni agua potable en su pueblo sobrevivan y sin embargo en nuestra sociedad las personas se suiciden porque no pueden hacer cargo a una deuda?
Vivimos en una sociedad en la que hemos perdido la identidad individual para poseer solo una identidad colectiva, una identidad social: la identidad del consumo. “Soy quién soy por lo que compro y por lo que tengo”. Nos han vendido el consumismo y lo hemos comprado al 100%. Somos víctimas y verdugos de esta sociedad.
Debido a la existencia de una identidad colectiva (consumismo), hemos creado un pensamiento único que se expande entre nosotros: valgo lo que tengo. Y ese pensamiento único y generalizado, fomenta una sociedad débil formada por individuos bajos en conciencia, personas que no desarrollan un pensamiento crítico y no desarrollan el crecimiento de su ser.
Si no hay pensamiento, no hay creación, y si no hay creación no hay crecimiento.
Y ese es el principal motivo por el que esta crisis está haciendo mella en nuestro país. Porque nos hemos acostumbrado a que piensen y decidan por nosotros. Hemos obedecido durante muchos años a normas y reglas que no sabíamos si estaban bien o mal, simplemente acatábamos porque era lo que hacían los demás y se supone que era lo correcto. Hemos perdido nuestra esencia individual, nuestra identidad, para regalársela a una sociedad con muchos bienes materiales pero con un alma vacía.
Laura Moreno Jiménez-Bravo