Si hay un lugar que siempre he estado segura que nunca iba a pisar, ese es la cárcel. Pero mis ganas de experimentar y seguir creciendo a nivel profesional y personal me han llevado hasta ahí, hasta el “talego”.
Hace poco tiempo decidí colaborar con la asociación CUPIF, una ONG que lleva 18 años trabajando en prisiones. La verdad que no sabía muy bien dónde me metía, pero la curiosidad de conocer ese ámbito tan desconocido y misterioso como es el penitenciario, pudo conmigo, y el sábado pasado pisé la cárcel por primera vez.
Nervios, miedo, incertidumbre, desconfianza y sobre todo, la adrenalina disparada. Así me encontraba mientras pasaba todos los controles de funcionarios hasta que llegué al primer módulo de internos. Ya sí que sí, ya no hay vuelta atrás- pensaba mientras no podía quitar ojo a todos aquellos hombres que me miraban con cara de curiosidad y sorpresa.
Fueron unas primeras sensaciones extrañas y tensas, pero aun así, he de reconocer que disfruté todo lo que sentí cada segundo. Observaba con detalle todo lo que me rodeaba, muy expectante y con cierta conducta de vigilancia, todo hay que decirlo.
Las mesas, las cabinas, el comedor, el patio…Nada es como lo imaginaba. Ni mucho menos como sale en las películas. Algunos estaban jugando al ajedrez, otros al parchís. Unos viendo la televisión, otros charlando. En el patio escuchando música, haciendo footing, dando vueltas… Todo parece normal a simple vista, y hasta cierto punto, así es.
Llega el momento más esperado, en el que tengo que entrevistarme de forma individual con los internos. Posiblemente, esa primera entrevista haya sido la peor que he hecho en mi vida, pero desde luego, que será de las pocas que no se me olviden nunca.
Te sientes rara, pues tienes delante a un “delincuente”. La tensión va menguando según la entrevista avanza, y más rara te sientes aún, pues te das cuenta que estás charlando tranquilamente con un desconocido al que hasta hade un rato en parte temías, y que no solo es una persona amable y divertida, sino que sientes una empatía con él como si le conocieras de toda la vida.
Se te olvida dónde estás y a quién tienes delante. Ese hombre deja de ser un delincuente que está en prisión y tus ojos solo ven una persona más. Pero no una persona cualquiera; sino una persona que vive encerrada, que tiene familia y amigos a los que apenas ve. Una persona que no es feliz, que no tiene libertad, que no tiene vida.
Es en ese momento cuando te alejas de esa relación psicóloga-recluso y se inicia una relación de tú a tú, de cercanía, de complicidad. Lo importante no es el motivo por el que esa persona esté ahí dentro, lo importante pasa a ser que esa persona mientras hablara conmigo se encontrara a gusto y tuviera toda la confianza para contarme lo que quisiera.
Una vez superada esa primera entrevista, me dirigí a las demás con mucha más seguridad. No tuve ningún incidente con nadie, al revés, ellos me facilitaron que me sintiera bien.
Todos mis esquemas se tambalearon, y sobre todo mis prejuicios, esas anclas impuestas por la sociedad que arrastramos desde niños, desaparecieron rotundamente. Y aprendes a desetiquetar a los demás y a conocer la esencia de las personas. Porque a pesar de los errores que cada uno cometa, esa esencia nunca nos abandona y es por lo que realmente debemos juzgar a los demás, por lo que son, no sólo por lo que hacen.
Laura Moreno Jiménez-Bravo