Ella estaba muy enamorada de él, le quería, le amaba, le necesitaba. Su vida cambió mucho desde que comenzó su relación de pareja. Ya no se sentía sola porque sabía que él siempre estaba allí.
Su mayor ilusión era hacer planes juntos y pasar tiempo a su lado. Lo demás era menos importante. Tenía muchos detalles con él, le regalaba la ropa que le gustaba, algunos de sus videojuegos favoritos y todos los fines de semana iban a cenar a algún sitio nuevo. Organizaba sus vacaciones siempre pensando en que él disfrutara, buscando algún lugar romántico y tranquilo.
Él también era muy detallista con ella. La mimaba y la cuidaba mucho. La apoyaba cuando tenía problemas en el trabajo, la iba a buscar casi todos los días y daban largos paseos hablando de “sus cosas”. Estaba muy enamorado, y al igual que ella, la mayor ilusión de ambos era comenzar un futuro juntos y no muy tarde, formar una familia.
Pasó el tiempo, y esta pareja de enamorados sintieron cambios en su relación. Él ya no la llamaba tantas veces, ella dejó de sorprenderle con regalos, los paseos cada vez eran más cortos y las escapadas románticas se convirtieron en días aburridos con varias discusiones de por medio.
Todas esas promesas de estar “juntos para siempre” dejaron de tener valor. Todos los “TQ” que escribían en cada mensaje, quedaron en el olvido.
Seguramente mientras leías este relato te has sentido identificado en alguna descripción. Y posiblemente, casi todas las personas a la hora de afrontar un cambio, en este caso, una crisis de pareja, se hacen las mismas preguntas: ¿Qué ha pasado? ¿Qué he hecho mal? ¿Se apagó el amor? ¿Encontró a otra persona? ¿Por qué ya no me quiere?
Yo me hago las siguientes preguntas: ¿Qué ocurre con el amor? ¿Por qué a todos los mortales nos ocasiona tantos quebraderos de cabeza?
El principal problema es idealizar el amor. Es una de las grandes trampas y errores que ha cometido el ser humano en los últimos tiempos. La felicidad consiste en la administración inteligente del deseo. No hay que equivocarse con las expectativas y esperar de la relación afectiva lo justo. Todo tipo de promesas y compromisos para la “eternidad” que realizamos verbalmente, no son beneficiosos, porque cuando esa promesa no se cumple, duele mucho más una ruptura y cuesta mucho entender el porqué.
Hay personas adictas al amor, que necesitan ese subidón de energía del enamoramiento. Y no es extraño, porque cuando te enamoras te conviertes en la persona feliz que siempre has deseado ser. Sin embargo, idealizar el amor puede llevarte a necesitar ese estado permanente de enamoramiento que es imposible mantener en el tiempo. Por otra parte, idealizar a la persona de la que te has enamorado conlleva varios riesgos, como la dependencia, la obsesión y también la desilusión.
El amor transforma la realidad
Sabemos bien cómo el amor es capaz de transformar la realidad. Cuando nos enamoramos tendemos a convertir a esa persona en un ser perfecto, magnificamos sus cualidades y sus virtudes. A veces, incluso nos inventamos un personaje totalmente distinto del que en realidad es, creándole a imagen y semejanza de ese ideal que siempre hemos deseado.
Poco importa que no sea real, porque en esos momentos la felicidad nos embarga y no estamos dispuestos a dejar escapar la oportunidad de disfrutar del hombre ideal todo el tiempo que podamos. Porque ese es el problema, el tiempo. Con el paso del tiempo el brillo de nuestro enamorado se va desluciendo y va apareciendo la realidad en forma de molestos comportamientos, defectos que antes no estaban y manías insoportables.
Muchas veces escucho la frase: “Es que ya no estamos como antes. Cuando le conocí era diferente”. ¿Por qué el enamoramiento tiene un tiempo determinado?
El enamoramiento humano es el mismo proceso que el cortejo que todas las especies animales llevan a cabo para conquistar a una pareja. La diferencia es que en otras especies dura unos minutos, horas o como mucho algunos días, y en la raza humana suele durar entre 12 y 18 meses. Toda etapa de cortejo se caracteriza por los mismos patrones: notable despliegue de energía, persecución obsesiva, protección posesiva de la pretendida pareja y estado de alerta hacia posibles rivales. ¿Os suena…? Seguro que sí.
En nuestro cerebro surgen cambios importantes cuando nos enamoramos. En concreto por la acción de la hormona Oxitocina. Esta hormona es capaz de alterar nuestro comportamiento, nos vuelve más cariñosos, nos ayuda a confiar más y actúa en la regulación de las emociones, activándose ciertas partes de nuestro cerebro relacionadas con el placer y la recompensa. Cuando los niveles de esta hormona son altos, es cuando estamos “pillados” por la otra persona; pero evidentemente, todo lo que sube, baja. Y entonces será el momento cuando esa pareja de tortolitos se empiecen a aburrir y dejen de llamarse tanto.
No quiero decir que las relaciones de pareja dependan de una hormona, pero sí que influye en nuestro estado de ánimo. Por eso es importante no idealizar el amor y sobre todo tener una buena estabilidad emocional, para que la acción de la Oxitocina no te vuelva loco/a y puedas disfrutar de una relación sana y estable.
El amor es anarquía. No puede responder a ningún canon, ni tradición. Ni a lo que simplemente se espera de él.
Decepción, incomprensión, desánimo y desilusión son los sentimientos que aparecen una vez que termina el periodo de idealización.
Pero no intentes mantener el amor ficticio porque corres el riesgo de convertirte en una persona dependiente de ese supuesto amor perfecto. No es fácil competir con la perfección y si te encierras en la idea de que esa persona es maravillosa, tu propia personalidad quedará anulada por su excelencia. No te engañes, todos somos de carne y hueso, todos cometemos errores y tenemos defectos. Y a pesar de ellos, podemos seguir enamorados.
Laura Moreno Jiménez-Bravo